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sábado, 9 de abril de 2016

articulo Espiritualidad 1

Sé lo fácil que es, en un vistazo apresurado, ver la paja en el ojo ajeno.

Y lo difícil que puede resultarme, en una querencia de profundizar, ponerme esos ajenos zapatos. La única opción asequible es un esfuerzo imaginativo consciente

.

¿De qué?

Imaginarme a mí mismo asediado por un tipo de emociones a las que me aproximo a través de la descripción del que siente su continuo padecimiento, imaginarme rodeado de unas circunstancias que no son las mías, imaginarme con unas capacidades y recursos, una visión interna de las cosas, y además no olvidar, un determinado nivel de energía vital, de fuerza para manejarlo, que probablemente tampoco se parezca a mi propia reserva…

Puede que si logro esta pirueta sea posible una aproximación hacia quién está frente a mí (tal vez cada día)  y se aclare la imposibilidad de gestionar la “paja” en su propio ojo.
Es posible que mi ¿impaciencia/impotencia? sufra algún tipo de metamorfosis…

Y si reflexiono este recorrido a la inversa, siendo yo quien necesita ser entendido, ¿soy capaz de ver cuánto de mi comportamiento clama por que alguien, de verdad, haga este ejercicio de escucha?

La mayoría de las tradiciones espirituales, religiones o no, apuntan esta dirección. El cultivo de la verdadera compasión. Oír también el silencio… No dar un pez sino enseñar a pescar… Olvidar el juicio… Aceptar e incluir “el otro”: amarlo… Olvidarme de mí y ver “la verdad”… y tantas formas y matices…
…a descubrir, a que dejen de ser teoría.

Hay culturas en que el “mal” de uno se aborda como un “mal” comunitario en el que todos participan y, por ende, todos sienten participar en el alivio del malestar. La infelicidad de uno es un asunto a atender por mí, porque está en mi esfera de realidad. Yo no lo percibo descabellado; lo siento tan coherente como mantener mi casa en el mejor estado.

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