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jueves, 14 de abril de 2016

articulo Espiritualidad 3

Hay mucho escrito y especulado sobre niveles de conciencia. 
A veces me confunde. 
Recorrer un camino espiritual de modo íntimo y comprometido encierra, en parte, la promesa de trascendencia, de iluminación, de consecución de unos dones o capacidades…etc los cuáles están representados en reconocidas figuras como buda, cristo, profetas, santos y otros diferentes en tradiciones menos difundidas.
Si bien, tal vez, no sea esta la motivación ideal para iniciar semejante empresa, puede ser el reclamo inicial, o estar imbricada con otras motivaciones de bienestar y creencias, llamado, carácter, … las que sean.

Asumiendo todo esto, yo no creo que lo que llamamos nivel de conciencia sea algo a obtener/lograr si no, más bien, algo a sostener/ser. No es algo que yo vaya a declarar de mí mism@ y argumentar si no un modo a plasmar.

Es evidente que, muy posiblemente, primero comprenderé racionalmente, la lógica de las propuestas, asumiré la información… y es posible que en este punto mi mente lance raudo  latigazo “ya lo sé” cada vez que la información trate de llegar de nuevo… Porque un mecanismo mental -con toda su maravilla- es su insaciabilidad de novedad, que por otro lado bloquea la profundización…la cual requerirá de mi voluntad.
Con suerte llegará a mí el famoso “darme cuenta” que sí constituye un escalón sobre el que me puedo elevar. En él hay una nueva vivencia de mí mismo, una nueva forma de percibir. En lugar de felicitarme demasiado conviene preguntarme ¿sostengo este estado? o ¿se ha diluido/distanciado al volver a mis rutinas?
Defiendo que todos tenemos acceso a diferentes estados de conciencia; y que estar en ellos es diferente a haberlos vislumbrado.
Si soy honest@ y es lo que deseo:
En este punto puedo adiestrar a mi mente para detectar cuando no estoy ahí (ahora que tengo referencia) y construir estrategias para mantenerlo, extender esa conciencia a todo lo que soy y hago.
De lograrlo, no habrá nada que decir o hacer.
Hay culturas en que dicho “rango” se reconoce socialmente por la cualidad que irradia la persona, su energía, y lo que en efecto puede hacer, sin que medie curricula o explicaciones.

lunes, 11 de abril de 2016

articulo Espiritualidad 2

Cuando empiezo a trazar mi camino conscientemente y descubro cuánto de mis padres hay en mí…

Resulta cómodo entonces hacer propias afirmaciones ampliamente extendidas en muchos ámbitos: “lo he heredado” o “me lo han transmitido”… diluyendo así mi responsabilidad, en el mejor de los casos; y cargándosela a mis progenitores en el peor.

La cuestión es que la cultura no se hereda. No es algo que se inocule unidireccionalmente como un virus o un paquete de información.
Poco de esto hay realmente. Lo que las personas hacemos es envolvernos, implicarnos, involucrarnos en modos específicos de hacer, sentir, expresar, comunicar, comprender, interpretar… Es inevitable, sí, es una propiedad emergente del sistema de desarrollo humano. Es aprendizaje, del que necesita: vivencia, emulación, experimentación, repetición...

Es cierto que cuando “yo elegí culturizarme” de un modo particular no tenía muchas opciones, sólo lo que veía, con lo que me relacionaba, con el “todo” existente para mí; esto es: mis padres, familia o cuidadores…

Desde mi punto de vista si bien en aquel tierno momento de vulnerabilidad hice lo que pude hacer; resulta escabroso después responsabilizar a quién simplemente fue quién podía ser…

Crecer, madurar, ser adulto o iniciar un camino que busca mi propia evolución implica reemprender en muchos aspectos ese aprendizaje. Ahora con otra conciencia de “mí” y “mi cultura”, con discernimiento. No me es útil apelar a culpabilidades ni consideraciones irremediables…
Mi responsabilidad como adulto es filtrar, tomar elecciones, refinarme, modificarme en acuerdo a lo que descubro que YO realmente siento y pienso para lograr plasmarlo y evolucionar.

Hacerlo. Encontrar herramientas cuando no lo logro. Aprender, con todo lo que aprender es y no sólo recopilando información.
Eso es evolucionar

sábado, 9 de abril de 2016

articulo Espiritualidad 1

Sé lo fácil que es, en un vistazo apresurado, ver la paja en el ojo ajeno.

Y lo difícil que puede resultarme, en una querencia de profundizar, ponerme esos ajenos zapatos. La única opción asequible es un esfuerzo imaginativo consciente

.

¿De qué?

Imaginarme a mí mismo asediado por un tipo de emociones a las que me aproximo a través de la descripción del que siente su continuo padecimiento, imaginarme rodeado de unas circunstancias que no son las mías, imaginarme con unas capacidades y recursos, una visión interna de las cosas, y además no olvidar, un determinado nivel de energía vital, de fuerza para manejarlo, que probablemente tampoco se parezca a mi propia reserva…

Puede que si logro esta pirueta sea posible una aproximación hacia quién está frente a mí (tal vez cada día)  y se aclare la imposibilidad de gestionar la “paja” en su propio ojo.
Es posible que mi ¿impaciencia/impotencia? sufra algún tipo de metamorfosis…

Y si reflexiono este recorrido a la inversa, siendo yo quien necesita ser entendido, ¿soy capaz de ver cuánto de mi comportamiento clama por que alguien, de verdad, haga este ejercicio de escucha?

La mayoría de las tradiciones espirituales, religiones o no, apuntan esta dirección. El cultivo de la verdadera compasión. Oír también el silencio… No dar un pez sino enseñar a pescar… Olvidar el juicio… Aceptar e incluir “el otro”: amarlo… Olvidarme de mí y ver “la verdad”… y tantas formas y matices…
…a descubrir, a que dejen de ser teoría.

Hay culturas en que el “mal” de uno se aborda como un “mal” comunitario en el que todos participan y, por ende, todos sienten participar en el alivio del malestar. La infelicidad de uno es un asunto a atender por mí, porque está en mi esfera de realidad. Yo no lo percibo descabellado; lo siento tan coherente como mantener mi casa en el mejor estado.